Desarrollo económico y madre tierra
Es un hecho la gran dependencia fiscal del país en relación con las actividades hidrocarburíferas, mineras y agroindustriales. Un patrón que ha persistido en nuestra historia y que se profundizó en la última década, en un contexto de excepcional incremento de los precios internacionales de las materias primas. Con el fin de la bonanza económica el Gobierno, frente a una economía aún más dependiente de la exportación de materias primas sin valor agregado, no ve otra salida que seguir el mismo camino, reforzando una estructura económica primario-exportadora. Modelo que implica expandir actividades que ponen en riesgo la madre tierra.
Sin embargo, y ahí reside el problema, esta situación es resultado de una decisión política miope y cortoplacista que no es capaz de poner en la balanza los costos sociales y ambientales de este patrón de crecimiento en el mediano y largo plazo. Peor: una visión incapaz de vislumbrar alternativas medioambientalmente sostenibles y, por esto, plantea una falsa dicotomía entre desarrollo económico o protección del patrimonio natural. Y la justifica como la única vía posible para satisfacer las necesidades de la población y disminuir la desigualdad y la pobreza.
Frente a la misión imposible de defender el extractivismo, un modelo insostenible económica y ambientalmente desde todos los puntos de vista, el Gobierno busca legitimar su decisión política diciendo que es una fase transitoria para llegar a una fase superior de "metabolismo mutuamente vivificante entre sociedad y naturaleza”. Idea que cae por su propio peso, no sólo porque la destrucción de los ecosistemas es irreversible, como también porque cuanto más reprimarizada la economía más difícil su superación. Es como decir que es posible una media violación: te violento hoy para que vivas bien mañana.
El tema central es si nosotros, ciudadanos, estamos de acuerdo o no con la visión reduccionista y fatalista de que el extractivismo depredador es la única vía posible de desarrollo. Aún más importante: si estamos dispuestos a aceptar la idea de que nuestro destino es ser un país extractivista, dañino del medioambiente, sin antes sopesar todas las alternativas posibles que nos conduzcan a una transformación profunda de nuestra estructura económica. Y si además aceptamos transferir a las siguientes generaciones todas las consecuencias de la deforestación acelerada, la pérdida de biodiversidad y los crecientes desequilibrios ambientales.
Si la respuesta es no, entonces deberíamos embarcar en una discusión seria, informada y sistemática mirando más allá de la coyuntura. Una discusión que articule expertos en temas sociales, económicos y ambientales dispuestos a salir de sus zonas de confort académicas, y trastocar la forma como el problema del desarrollo económico ha sido planteado hasta ahora y buscar alternativas de superación de la alta dependencia, de la renta petrolera y minera, a través de actividades y dinámicas económicas con sostenibilidad ambiental y justicia social.
Este proceso requiere un profundo cambio en los términos de la discusión académica y pública sobre la economía, y el desarrollo. Un remezón cognitivo para pensar creativamente, con nuevos parámetros, en un horizonte de mediano y largo plazo, los problemas estructurales de nuestra economía. Iniciativa que se funde en la revisión colectiva, tanto de las experiencias de países que, en los últimos 50 años, lograron diversificar su economía con desarrollo tecnológico e innovación, como también el análisis de las alternativas en gestación al inicio del siglo XXI, que incluyen en la ecuación los desafíos ambientales, sociales y de innovación tecnológica. Ejemplos: transiciones a energías limpias, economías creativas y colaborativas, producción sustentable, y soberana de alimentos, inversiones en actividades económicas con base en la protección del patrimonio natural como el turismo ecológico, entre otras.
De esta forma podremos abrir la posibilidad de madurar el cuestionamiento colectivo y con sustentación teórica y empírica del statu quo extractivista que nos está quitando un verdadero horizonte de bienestar colectivo.
Fernanda Wanderley es socióloga investigadora